Con motivo del Día Mundial de Lucha contra la Desertificación y la Sequía, que se celebra este domingo 17 de junio, Greenpeace recuerda que el cambio climático (subida de temperatura, menor precipitación, mayor riesgo de incendios forestales, etc.) está acelerando los procesos de pérdida irreparable de suelo.
La desertificación se agrava con la sequía y, aunque las lluvias de esta primavera han elevado las reservas de agua al 72,84% (un 17% más que la misma fecha del pasado año, pero igual a la media de los últimos 10 años), la organización ecologista alerta de que no se puede bajar la guardia y creer que el problema ha pasado. Un ejemplo: en la cuenca del Júcar la cantidad de agua es incluso inferior al pasado año (en 2017 estaba al 37,3% de capacidad frente al 35,78% actual).
“Los efectos de la escasez de agua son recurrentes en la península Ibérica y se deben prevenir precisamente ahora que tenemos agua almacenada. De no hacerlo volveremos a sufrir los mismos problemas de escasez de agua que en 2017, poniendo nuevamente en riesgo el abastecimiento humano, el mantenimiento de los caudales ecológicos, la actividad económica del país y contribuyendo, además, a la desertificación del territorio”, ha recordado Julio Barea, responsable de la campaña de Agua de Greenpeace.
España sigue siendo el país de Europa con mayor riesgo de desertificación: el 75% de su territorio se encuentra en peligro de sufrirla. Un 6% ya se ha degradado de forma irreversible, sobre todo en la vertiente mediterránea y las islas Canarias.
La desertificación es un proceso de degradación del suelo, causado fundamentalmente por la actividad humana y las variaciones climáticas. Esto sucede como resultado de la deforestación y la destrucción de la cubierta vegetal, provocadas por los incendios, la agricultura y la ganadería industrial y el urbanismo descontrolado. Ello conlleva la erosión de los suelos fértiles, la sobreexplotación de los acuíferos, la falta de agua y la salinización de las tierras.
A todo ello se suman los efectos del cambio climático. El aumento de las temperaturas y la disminución de las precipitaciones son sólo dos de las múltiples consecuencias del incremento de las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera. Las previsiones, muy negativas, apuntan a que los periodos de sequía en la península Ibérica serán cada vez más frecuentes e intensos que los actuales, lo que agravaría todavía maś los procesos de desertificación.
“Sabemos que la desertificación es un proceso con múltiples factores desencadenantes, por lo que es necesario abordarla desde un punto de vista muy amplio. Se trata fundamentalmente de un problema de desvinculación entre los recursos naturales y el sistema socioeconómico que los explota, es decir, es ante todo un problema de desarrollo sostenible”, concluyó Barea.
Greenpeace señala que es imprescindible cambiar el modo en el que se administran los recursos naturales para mitigar los efectos de la desertificación y las sequías. Por ello, es necesario:
1 - Modificar urgentemente la actual política hidráulica, centrada en la ejecución de grandes obras, para dirigirla hacia una gestión más hidrológica y ambientalista.
2- Adaptar la agricultura al clima y reconvertir el regadío intensivo y superintensivo a explotaciones sostenibles, diversificadas y de bajo consumo de agua.
3- Adecuar las políticas forestales a las necesidades del país más árido de Europa.
4- Abandonar todas las energías sucias y peligrosas dependientes de un gran consumo de agua y sustituirlas por energías renovables.
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